Compartir, entre jueguitos y pelotazos

“Vamo’ a bailar
Para cambiar esta suerte
Si sabemos gambetear
Para ahuyentar la muerte”
El Baile de la Gambeta – Versuit Bergarabat

Un buzo acá y otro en aquella punta. En seguida se arma la canchita en el patio. Los pibes bajan corriendo para ponerse a pelotear. A un costado, con 5 o 6 años, está ella que volvió hace poco de días turbulentos, con un disfraz de princesa sobre su ropa y camina con la renguera de siempre. Se topa con una pelota y para nuestra sorpresa, la patea y la manda del otro lado del patio. Se la devuelve una de las mujeres que andaba por ahi y ella la sigue pateando. Esta vez, no a cualquier lado, se perfila y se la pasa a otra nena, que también tiene un caminar trastabillado. Se ríen y se siguen pelota mediante. Con el paso de los peloteos la renguera casi no se nota y ya hay equipo. Toma impulso la sonrisa y el cuerpo agarra equilibrio.

Una continuidad que las conecta. La pelota se vuelve imperceptible porque nos quedamos embobadas viendo las pequeñas danzas de las niñas en el intento de controlar la pelota. Cada niña levanta la mirada para saber dónde está la otra y entonces, patea. Unos pases. Un juego. Un encuentro.

El cuerpo encuentra sostén, guías, en lugares de descarga. Las expresiones y actividades culturales son un canal que permite la puesta en juego del cuerpo y la subjetividad.

Venimos gambeteando y también haciendo un poco de malabares. La estabilidad posible sigue supeditada al día a día de la pandemia, los amagues, los pelotazos, los cierres y aperturas. La cultura no quedó exenta de las restricciones y flexibilizaciones. Un sinfín de lugares donde el cuerpo se liberaba, transpiraba, se rozaba, se agitaba, han sido afectados por las distancias y las nuevas formas posibles de encontrarnos. Deportes de contacto o sin contacto. De hasta 10. Más. Menos. Afuera. Adentro.

A dos semanas del inicio de la Copa América, la CONMEBOL informó que “no se disputará en suelo argentino”. Comienza la polémica de por qué acá no pero si en el país vecino.

Sin perder la oportunidad, en el reboleo de quejas y debates, Moria Casán hace pública una interesante inquietud en las redes: “Pregunta #LA_CONMEBOL no se podrá fusionar con AADET, AADA, SAGAI, VARIEDADES, TEATRO INDEPENDIENTE y lograr que se televisen todas las obras teatrales sin público y que sea rentable para todos?”

Fútbol y teatro. ¿Qué lugares disponibles para que los cuerpos se amalgamen de cultura en estos tiempos? ¿Hay un espectáculo de los cuerpos más rentable que otros? Los cuerpos en acción, recorriendo la cancha y el escenario nos conmueven. La cultura nos arrastra el semblante polvoriento y sacude las articulaciones en reposo. Pese a la falta del calor de la tribuna o las butacas, el alivio persiste en saber que algo se podrá ver. La pantalla o la radio, por suerte, no nos ahorran el rebote de las broncas, lágrimas y saltos en el cuerpo.

A los días, la periodista deportiva Ángela Lerena fue tendencia en los medios durante el partido entre Brasil y Venezuela cuestionando su capacidad para relatar un partido. Con diferencia de horas, “el caño que metió Magalí Natta no tiene sentido” se comenta en un portal digital de noticias sobre el caño que le hizo la jugadora de Platense a una jugadora de Villa San Carlos.

¡Que despropósito encontrarle un sentido a un caño! ¡Y qué desgracia hacer de los relatos una recetita! La cultura (¡el fulbito!) lo único que nos falta vengan a ponerle directrices… Ya bastante hizo lo suyo el VAR quitando la mística y pasiones acaloradas al no dejar margen a los errores, los permitidos, las escenas poco claras y el deseo de la hinchada.

Para no quitarle rating al mundo futbolero, en una conferencia de prensa por la Eurocopa, Cristiano Ronaldo delante de las cámaras se toma el atrevimiento de correr las famosas botellas de gaseosa cola que estaban a la vista fuera de la escena, y con cierto ademan justiciero levantando una botella de agua dice «agua”. Acto seguida, se difunde que el precio de la acción de la marca de gaseosa se desplomó tras el gesto del jugador, con una baja equivalente a 4 mil millones de dólares.

Sin dudas, el fútbol mueve pasiones (y otras cositas más). Por amor o calentura (que también tiene bastante de amor) este cacho de cultura nos atraviesa de una u otra forma.

Las historias de cómo nos hicimos “hincha de” o de cómo la fuimos veletando. Las juntadas exclusivas a ver el partido por más que fuera una excusa solo para reunirse y el fútbol fuera lo de menos pero igual todxs opinábamos. El debate de cuál será la primera camiseta que se le regala al o a la más peque de la familia. Las tardes familieras de torneos que se alargaban hasta los mates.

“Es el lugar donde los hinchas del mismo club somos todos iguales sin política, ni religión, ni clase social” dice un hombre que durante años se ha emocionado y alegrado tanto como indignado con el fútbol. “Es compartirlo con amigas, felicidad y pasión”, dice una amiga que empezó a jugarlo hace poco y no puede dejarlo. “Empezó siendo bastante familiar, nos peleábamos, nos abrazábamos. Vas creciendo y te das cuenta que forma también parte de las amistades. Fútbol es compartir tiempo con alguien” dice otra amiga que se le nota la sonrisa en el hablar del audio que me manda. Alguien me habla de la selección y de “lo bien que le vendría una alegría al pueblo”.

Pienso que el fútbol es el motivo predilecto y apasionado de conversación de mi abuela y que yo se poco y nada de fútbol pero encuentro la forma de charlarle largos ratos de los jugadores y los partidos solo para escucharla. Pienso en la alegría de gritar los goles de mi hermano y en festejar con un “gol” cada gracia del hijo de mi adorada amiga.

Pienso, otra vez, en las nenas pateando un rato y que por un instante, lo único que importaba es que había equipo.