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El pasado en cartas…

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A veces nos olvidamos que algunos objetos tan pequeños pueden contener información personal, familiar, y por qué no de la […]

Buzón de la estafeta postal de la localidad Colonia San Jose, La Pampa – Foto de Paula Martinez Almudevar

A veces nos olvidamos que algunos objetos tan pequeños pueden contener información personal, familiar, y por qué no de la sociedad del momento en el que son escritas. Uno de esos objetos son las cartas. 

¿Quién no ha enviado una carta alguna vez? ¿quién no ha esperado recibir una? 

En la actualidad, las cartas han quedado archivadas en las cajas de los recuerdos familiares, pérdidas en los cajones de los modulares, conviviendo con múltiples objetos de diferentes orígenes. Pero cuando se produce el encuentro de una de ellas, tal vez por algún movimiento inesperado en la búsqueda de otro documento o algún objeto que no recordamos donde dejamos, se produce el choque de dos mundos, o mejor dicho de dos tiempos.

Buscando un sinónimo de “encuentro”, porque ya está usado unas líneas más arriba, google proponía “coincidencia”. Pero lo que sucede cuando alguien encuentra una carta es más que eso, es como una causalidad en la que un mundo y otro se encuentran. ¿Qué hacemos cuando eso sucede? ¿Leemos lo que se nos presenta sorpresivamente?¿Nos preguntamos quién la escribió? ¿Y a quién? ¿Por qué razón y cuál será su contenido?

Recuperando algunas de las reflexiones anteriores, enviar y recibir cartas era una práctica común antes del surgimiento de internet y con ello la aparición de los mails. Era la costumbre para mantenerse en contacto con familiares lejanos o con quienes se iban de vacaciones o se mudaban de ciudad.

Entonces, las cartas significan movimiento. Movimiento de personas y de información de un lugar a otro. Según el período histórico en el que nos encontremos, el movimiento de las cartas puede decirnos algo acerca de algunos procesos de cambio. Por ejemplo, la gran migración de europeos hacia nuestro país en el siglo XIX significó el comienzo de un intercambio cada vez mayor de cartas entre el viejo y el nuevo mundo. Los familiares que habían quedado en Europa buscaban seguir en contacto con quienes habían decidido emigrar hacia Argentina. 

Tan importante era el envío de cartas de un lugar a otro, entre diferentes personas, que lo primero que se establecía cuando se fundaban los pueblos eran las “estafetas postales”, es decir lugares donde los pobladores podían dejar sus cartas para ser enviadas a sus respectivos destinatarios.


Estafeta postal de Colonia San Jose, La Pampa – Foto de Paula Martinez Almudevar

Pero quitemos todo ese manto solemne que recubre a las cartas como fuentes de la investigación histórica. Se trata de ideas, de sentimientos de una persona que son plasmados en un papel que tiene un destinatario específico.

Si pudiéramos seguir con cierta periodicidad la lectura de algunas cartas nos asombraríamos de la forma en que la movilidad (de las personas por diferentes territorios) afecta (o mejor dicho afectaba) al amor, que a veces se transformaba en desamor, angustia, celos, rencor, tristeza e ira.

El envío y el recibo de dicha correspondencia podía impulsar a las parejas y las familias a crear la expectativa de un futuro reencuentro. La inexistencia de ese intercambio, por otro lado, podría significar el cese de la relación, la muerte de quien envía o quien recibe, entre otros posibles escenarios.

Pero también es la fotografía de un momento específico en el curso de la historia que nos permite indagar en las preocupaciones de personas iguales a nosotros, pero vivenciando realidades diferentes. Por ello pueden ser importantes para conocer el pasado y aproximarse, desde otro lugar, a los problemas que vivían tanto hombres como mujeres de diferentes partes del mundo.

Un papel que recorre cientos, miles de kilómetros para llegar a su destinatario tiempo después. Una persona que confía en que el sistema de correos logre entregar el sobre a la persona correcta. Y otro u otra que espera, días, meses… o hasta años recibir una señal de vida, o una respuesta.

Todo eso nos habla de que sin internet, sin mails, sin teléfonos, la comunicación se producía de igual manera. Porque el ser humano es social, convive con otros y escribe con (y para) otros. Y esa escritura, además de motorizar sentimientos, expresa y comunica una forma de ver el mundo que es diferente a la actual y que nos permite entender cuáles eran las preocupaciones de nuestros antepasados.

¿Qué estás esperando para leer esa carta? ¿y para escribirla?

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