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Fracasar

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Estoy entrando en una etapa un poco peligrosa. Afuera un virus busca la oportunidad de instalarse en algún cuerpo; hace […]

Estoy entrando en una etapa un poco peligrosa. Afuera un virus busca la oportunidad de instalarse en algún cuerpo; hace cuatro días regrese de España, es decir, que tampoco puedo bajar a comprar alimentos. El encierro es un peligro porque me acostumbro rápido a estar adentro adentro adentro y mis pensamientos se malpredisponen. Por eso ocupo mis manos con una receta de un budín vegano de banana. Leo los ingredientes y no tengo ni chía ni harina integral . Los reemplazo por huevo y harina común, y este es el primer fracaso del día. Una mujer habla en televisión sobre como transitar el confinamiento con salud mental pero sus palabras no ayudan a suavizar la ansiedad. Apago. Me enojan las fórmulas y solo puedo pensar en como sobrevivir al suburbio de estas cuatro paredes que me contienen y que cada vez se achican más. Un movimiento lento y ardiente a punto de quebrarse. Lo peor es el repentino cansancio de todo. La convivencia con los fragmentos de las cosas que se rompieron, como la bacha de la cocina que pierde agua. Guardo silencio para darle lugar a la palabra que antecede , para poder percibir el instante de la caída.

Mi corazón apresura su paso y la vista se nubla. Un cosquilleo recorre mi cuerpo y la culebrilla zigsaguea mi columna vertebral . Ahora la piel esta suave y la potencialidad se volvió talento, como la de un guerrero que cultiva y entrena su poder. Pero la melodía de mis pensamientos sigue rota y el desapego puede tomar forma de odio cuando el virus se reactiva. Ardor , hormigueo, adormecimiento en la piel, escalofríos, fiebre, dolor fuerte de estomago, dolores de cabeza, ampollas llenas de fluido. ́Cuando me sacaron los puntos de la mano operada, por entre los dedos, grité. Lancé gritos de dolor, y de cólera, pues el dolor parece una ofensa a nuestra integridad física. Pero no fui tonta. Aproveché el dolor grité por el pasado y el presente. Y hasta por el futuro grité, mi Dios` dice Clarice Lispector. Las ideas se adelantan al cuerpo que va más lento. El desapego en el cuerpo se convierte en culebrilla, el desapego en el cuerpo se convierte en un vómito cargado de enojo. Me siento terriblemente mezquina y privilegiada por este yo que me habita y eso me da más miedo que el virus que está allá afuera.
Una correntada de aire me obliga a ponerme una campera que uso como manto protector. Me cubro y desaparezco en el medio de la noche. Es una historia penosa. Lo sé. Me aburre. Mi corazón, feroz como el de los lobos hambrientos y solitarios encontró una oportunidad para seducirme con sus palabras y gritar por lo que pasó aunque me encuentro sostenida por la norma de que <en ese momento uno de los guerreros mudo súbitamente de color>.

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