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La radio, un espectáculo más

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Hoy en día todxs estamos acostumbradxs a escuchar música,y podcasts en YouTube o Spotify, a mirar películas, series, stand-ups y […]

Hoy en día todxs estamos acostumbradxs a escuchar música,y podcasts en YouTube o Spotify, a mirar películas, series, stand-ups y un variado contenido por Netflix. Y antes de la pandemia ir al cine o al teatro era un buen plan de fin de semana. ¿Y la radio? En un nuevo aniversario del surgimiento de la radiofonía en nuestro país, les propongo hacer un pequeño viaje en el tiempo para descubrir una faceta poco conocida sobre dicho medio: su proyección de espectáculo.

Ese invento tuvo a los «locos de la azotea» como sus principales protagonistas. Cuatro amigos, aficionados a la radiofonía, instalaron un transmisor en la terraza del teatro Coliseo y el 27 de agosto de 1920 transmitieron por primera vez la obra Parsifal de Wagner, que se estaba tocando en ese momento en la sala del teatro. Desde ese día, la radio comenzó su proceso de desarrollo, democratizando el acceso a una gran cantidad de productos culturales como orquestas, cantantes y radioteatros. Se volvió el medio de comunicación más escuchado hasta el día de hoy y logró comunicar y llegar hasta los rincones más distantes del país.

El contexto económico del momento favoreció la extensión y la rápida transformación de la radiofonía en una industria cultural. La crisis económica por la caída de la Bolsa de Nueva York en 1929 y su posterior impacto en la Argentina hicieron que el Estado tomará una serie de decisiones que tuvieron como consecuencia el incipiente desarrollo del modelo de industrialización por sustitución de importaciones. Esto impulsó la producción nacional de ciertos artefactos y repuestos que abarataron los costos de los receptores radiales, lo que permitió que una gran parte de la sociedad pudiera acceder a ellos.

Las políticas económicas, orientadas hacia el mercado interno crearon además un mercado de bienes más extenso y diverso, apoyado en el fuerte desarrollo de la publicidad en otros medios y un modo de vida basado en el consumo masivo. Sumado a la ampliación de este mercado, la institucionalización, en 1929, de la jornada de 8 hs. para todos los trabajadores permitió que, paulatinamente, el tiempo de ocio de una gran parte de la sociedad se expandiera y así lo dedicara a, entre otras cosas, escuchar la radio.

Pero no solo eso. La popularidad que comenzaron a tener los programas -y lxs artistas de radio- motorizo que los “radioescuchas” se acercaran a las emisoras para poder ver con sus propios ojos a sus estrellas y programas favoritos. La cada vez mayor presencia de público en los alrededores de las emisoras y dentro de los estudios de transmisión expresaban las transformaciones de la radiofonía en un negocio comercial que necesitaba mostrar y no solo transmitir lo que sucedía en sus emisoras. Esos cambios también aumentaron la popularidad de los programas emitidos y de los elencos artísticos que los llevaban a cabo.

Revista Sintonia, junio de 1933

La presencia de estos nuevos sujetos hizo que los empresarios de radio tuvieran que tomar algunas decisiones sobre la forma que debía adoptar la radiofonía. La incorporación de auditorios y salas de transmisión con capacidad para que cierta cantidad de personas vieran y oyeran la transmisión de su radioteatro u orquesta favorita en vivo es una de las transformaciones estructurales más importantes de la década. En 1933 Jaime Yankelevich (dueño de Radio Belgrano – en ese momento llamada Radio Nacional) inaugura el “Palacio de las Broadcasting” en un petit hotel de la avenida Belgrano con “mejores instalaciones para albergar a la emisora”, en 1934 Radio Stentor inaugura un nuevo edificio que contaba, según las revistas de la época, “con comodidades destinadas al público que desee presenciar las audiciones (…) Se evita así la situación de antipático hermetismo en que se colocan algunas emisoras nuestras, precisamente por falta absoluta de comodidades”. Pero en 1935 aparece Radio El Mundo, cuyo edificio se construyó a imagen y semejanza de la BBC de Londres y presentaba en su interior un auditorio para 120 personas.

Está claro entonces que al igual que el cine y el teatro, la radio también debía ser un espectáculo que el público pudiera ver y, como parte de la configuración del negocio radial, las emisoras más importantes de la ciudad decidieron realizar algunos cambios que permitieran al público oyente acercarse a sus estudios.

El propio proceso de consolidación y transformación de la radio en un negocio habilitó la reconfiguración de viejos espacios en nuevas prácticas y formas de consumo cultural y, al mismo tiempo, la reconfiguración de nuevas prácticas en hábitos y gustos consolidados, como el de frecuentar una sala de espectáculos. Para los empresarios radiales, que también tenían vínculos con el negocio del cine, habilitar el ingreso del público podía suponer medir la popularidad de los programas y los elencos artísticos que se presentaran.

En la actualidad eso no ha cambiado mucho. Aunque no debemos acercarnos a ninguna emisora para ver -y escuchar- nuestros programas favoritos, si podemos acceder a ellos a traves de youtube, twich, facebook, etc… y el fin sigue siendo el mismo: entretener e informar.

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