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Las olas y el viento

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Con la marea alta, la situación actual y agobiante demanda revisar la cotidianeidad (o lo que más se le parezca) […]

Con la marea alta, la situación actual y agobiante demanda revisar la cotidianeidad (o lo que más se le parezca) casi constantemente. La segunda ola, por momentos, remueve lo que son pequeños intentos de instalar modos que generen alivio y continuidad.

Cuando ya nos encontramos entrenando atisbos de sostén entre la conciliación del hogar y el trabajo, las formas de ganarse la vida entre lo presencial y lo virtual, lo público y lo privado, es necesario frenar y volver a repartir las cartas porque las condiciones han cambiado.

El agua está turbia, se revuelve con cada nueva ola y resulta una tarea titánica encontrar claridad en escenarios que se modifican en el día a día con el avance del virus pero también con la voracidad de quienes aprovechan la vulnerabilidad del contexto para enriquecerse a ciegas.

Enriquecimiento en el afán de no querer perder nada, justamente, en un momento dolorosamente marcado por la pérdida.

A más de un año de haber comenzado la pandemia, hay discursos que aún avivan esta ilusión de mantenernos inmutables frente a la fatal situación que vivimos. Engolosina la idea de creer que hay formas de evitarnos pasar por esto (evitar perder algo) y se vuelve peligroso todo discurso que suponga sin dudas ni fisuras, la receta para resolver una situación nunca antes vista.

Los medios y las redes plagados de “las mejores” fórmulas para combatir la pandemia, las recetas perfectas para atacar las formas de contagio, la lucha por encontrar la mejor definición de “lo esencial” y por cuidar las trincheras. La prevención y el cuidado de la salud se volvieron un campo de batalla para aquellos discursos que apuntan al armado de un enemigo más que a la búsqueda de construcción colectiva de cuidados.

El inútil empecinamiento en construir la figura del culpable o los culpables (ya ninguno estaremos a salvo de tirar la primera piedra) no hace más que intentar obviar la tristeza y desesperación que nos genera la pandemia.

La absurda mirada fiscalizadora arrasa con toda posibilidad de habitar un territorio y ha encontrado, espacialmente, la búsqueda de enemigos en la educación y el esparcimiento. Al tiempo en que algunos sectores aumentan la mirada en profundizar las estrategias de cuidados, insistiendo en los modos y protocolos posibles (aunque un tanto incómodos), por otro lado se arman bandos que insisten en sostener determinada regla o situación a toda costa. Y es “bajo ninguna condición” o “a cualquier costo”, que los discursos esconden intereses individuales a costa del cuidado colectivo.

De forma similar a cuando se debatía por la Ley de Educación Sexual Integral y la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, así como surgía el lema “con mis hijos no te metas” ahora aparece “con los chicos no” en plena pandemia.

En su momento, el lema sesgaba el debate por la ampliación del derecho a la salud y la posibilidad de que niñas, niños y adolescentes se formaran teniendo acceso a información al respecto y su progresiva capacidad de tomar decisiones.

Esta vez, el lema obstaculiza nuevamente la reflexión sobre la articulación de salud y educación. Sin embargo, esta vez (con lo que para algunos increíblemente será un detalle) estamos atravesados por una pandemia.

NOAESTO #SIAESTO #ABRANLOSOJOS #CIERRENLOSOJOS

La pandemia nos mostró la hilacha y que el hashtag nos queda corto.

En el mismo día, se vuelven virales los slogans embanderados a favor o en contra de las medidas que toman los gobiernos. En las redes no nos alcanzan los caracteres para justificar (nos).

No solo se fortalecen los discursos que construyen un supuesto enemigo de la libertad si no que las infancias y adolescencias quedan como objeto de esa estrategia. La profundidad del debate por el fortalecimiento de los cuidados se debilita penosamente cuando se coloca a un sujeto como víctima, aún más cuando se tratan de niñas y niños que dependen del discurso de las y los adultos.

El utópico anhelo por volver a un pasado forzado donde no había pandemia, por momentos, nos hace dar manotazos de ahogado. La ola nos puede tapar si nos atolondramos. Y lo suficientemente angustiante es la situación como para estar alimentando la marea, no?

En un tiempo donde prima lo urgente, ¿qué posibilidades encontramos de no quedar arrastrados? ¿Son los tiempos de las medidas urgentes, los mismos tiempos de diálogo colectivo? ¿Qué intereses subyacen a la inmediatez con la que se incentiva a armar bandos de opinión sobre las medidas?

La insistencia en las experiencias colectivas, no sin rodeos, nos demanda un tiempo necesario para encontrar formas posibles aun cuando más se recrudecen las desigualdades y las tristezas. Aquello que perdimos (y podremos perder) no será menos doloroso, pero podrá ser construyendo redes.

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