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Moralinas: en nombre de la joda o el suplicio

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En días en que la pandemia toma forma de cierres y aperturas según las nuevas configuraciones que mantienes los cuidados, […]

En días en que la pandemia toma forma de cierres y aperturas según las nuevas configuraciones que mantienes los cuidados, se recuperan algunas posibilidades y modos de hacer lazo que estaban pausados. Lo preocupante es que la posibilidad se vuelva de pronto una exigencia. Dar por sentado que porque ahora es posible y a mí me interesa, entonces al otrx también debería.

Por momentos, se vuelve posible reunirse bajos nuevas condiciones, encontrar formas de festejar un cumpleaños, una recibida, un evento y se reactivan actividades culturales y deportivas. Hay quienes han acompañado los tiempos de estas aperturas y andan con más o menos comodidad sumándose a las formas que van ampliando el contacto en la presencialidad. Pero también están quienes aún de cierto modo “prefieren guardarse”, “estar adentro”, “esperar un poco”.

Donde el ritmo se rige un tanto por el temor al contagio (que quizás a más de unx todavía hay que recordarle que es real) y donde el hogar y a veces el aislamiento, se ha vuelto un refugio importante.

Hallar formas posibles de encontrarse en el esparcimiento y “el desenchufe” podría ser casi un logro, una resistencia, una fuga a la monotonía de casi un año y medio del (como dijo una amiga) “el maldito covid”. Sin embargo, no por eso deberíamos pretender que todxs “estuviéramos en la misma”, ni al mismo ritmo ni de la misma manera.

El problema es suponerle al otrx, esperar que haga lo que yo haría (en este o en cualquier contexto). El “estar en una” se podría volver una verdadera pesadilla si realmente todxs estuviéramos en una, en una sola forma, de un solo modo y en la misma. Sin lugar para la diferencia. Y es este el caldo de cultivo para que aparezcan las y los arengadores seriales del “buen hacer” y no dudar en señalar al primer amigx, familiar, vecino, que “no se prende a la movida”.

Esta situación se ha vuelto recurrente, sobre todo entre los jóvenes. Donde unos insisten a otros para juntarse o hacer algo y ante el no, no solo que no es respetado si no que esa persona se vuelve objeto de burla por aburrido, cobarde o demás adjetivos que encuentren al servicio de la provocación. Y no pasemos por alto la complejidad de mostrarse distinto frente a un par en la adolescencia.

Y si seguimos pensando en situaciones donde le dictamos al otrx el curso de “cómo adaptarse a la pandemia” creyéndonos conocedores de “la verdad”, no falta oportunidad no solo para que surjan los policías de la diversión pandémica si no también los controladores del “buen duelo”.

“¿Cómo puede ser que quieras salir de casa en este momento?, “¿cómo puede ser que tengas ganas de festejar?”, “¿cómo puede ser que no quieras aprovechar el horario de visita para ir a verle?”. En este caso, la posibilidad de apertura de los encuentros y actividades es el malo de la película. ¿O acaso a quién se le ocurre estar atravesando una pandemia y estar bien por un instante? ¡Qué atrevido!

Y no me refiero a aquellas o aquellos que “están bien” porque nunca se enteraron de nada y realmente habitan una burbuja. Me refiero a quienes pueden por momentos encontrar formas agradables de estar, en compañía o en soledad, y son señalados por no estar sufriendo o lamentando la situación “como corresponde”.

Ante el agobio de la pandemia, sobrellevar una situación dolorosa como tener alguien querido en una situación de salud delicada o incluso haber vivido una pérdida, muchas veces la posibilidad de encontrar un respiro o una salida tiene que ver con las aperturas y permitidos que se encuentran para no empantanarse en la angustia. Toman una dimensión considerable cuando lo que recuperamos es la posibilidad de encontrarnos con otrxs o hacer algo que nos distrae un poco cuando estamos atravesando una profunda tristeza.

Lo que me llama la atención es cómo las aperturas y cierres se utiliza para cuestionar o hasta controlar las formas no solo entonces de dispersarse si no también la forma en que se puede transitar un duelo.

Es el caso, como la posibilidad que se da por momentos de visitar a familiares en situación hospitalaria (cuestión que al principio de la pandemia se veía prácticamente impendida por regla). Habrá quienes lo prefieran y quienes no, dependiendo del día y del momento y de quien sabe qué. Pero por el solo hecho de que exista la posibilidad de visitar a alguien querido en una situación delicada, no seremos quienes para exigirle a alguien que decida y mucho menos que decida lo que unx.

Por un lado, la exigencia de celebración, de salir, de aprovechar. Por el otro, la exigencia de solemnidad, sacrificio. En ambas, la exigencia de arrastrar al otrx a lo que yo haría, anteponiendo lo propio a lo diferente.

Lamentablemente, no estamos exentos de caer en el lugar de jueces al dar un consejo o al insistir con una propuesta cuando la posición del otrx es distinta. No hablo de abstenernos totalmente ante el otrx pero si de estar advertidas y advertidos que aquello que quizás suponemos es lo mejor para nuestros amigxs, familia, compañerxs de trabajo, vecinx o quien sea con quien tengamos un mínimo de confianza, puede que sea lo contrario o simplemente distinto a lo que desea.

El aislamiento a veces está más en nuestros esfuerzos de llevar al otrx a un lugar propio que en las formas en que cada unx puede ir transitando la pandemia, algunos más adentro y otros más afuera.

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