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Piedra Libre para nuestros hijos.

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¿Quiénes son nuestros hijos en realidad? Detrás de la foto que ellos nos proyectan, detrás de la imagen que nos […]

¿Quiénes son nuestros hijos en realidad? Detrás de la foto que ellos nos proyectan, detrás de la imagen que nos devuelven como espejos, detrás del personaje que les creamos existe una persona en formación que puede no ser ni siquiera parecida a la que imaginamos.

¿Estamos mirándolos con empatía y amor? ¿o solo proyectamos en ellos nuestros deseos gestados en el vientre? ¿Por qué nos frustra tanto la devolución del entorno?

Cuando un hijo se gesta, sobre todo el primero, se gesta con él, un ideal que acunamos muchas veces desde pequeños. El hijo que queríamos tener se convierte en un futuro promisorio y pero también incierto.

Me gusta dar este ejemplo: La salita de 3 muchas veces la primera experiencia de escolaridad de algunos niños, es un poco una reunión elitista de reyes y reinas.

Se agolpan (o al menos agolpaban) madres, padres y tutores, abuelos, madrinas y tías postizas, sacando con todos los dispositivos disponibles. Un promedio de 500 fotos por niños de todos y cada uno de los gestos del momento.

Allí están los reyes y reinas de cada hogar. La más linda, la más buena, la más inteligente, la más pícara y por supuesto, la más terrible, la más porfiada, el o la que siempre hace lo que quiere. Sin embargo, es ese el momento en que los padres pueden ver por primera vez que esas características que tanto los hacían únicos no son ni más ni menos que rasgos propios de la edad.

Imagínense si es frustrante encontrarte con un promedio de 20 clones de tu hijo que lo convierten en un ser mundano, lo doloroso, frustrante y angustiante que puede ser enfrentarte por primera vez a que tu hijo NO es igual a los demás.

Todos estamos programados biológicamente para tener hijos sanos, el parto y el nacimiento son en general un momento feliz. Sin embargo, cuando antes del parto, en el parto o en la infancia temprana algo no sale como lo planeado la familia entera se enfrenta a un ciclón. A un duelo. El duelo del hijo que no pudo ser. Ese ser perfecto que imagine, que iba a ser abanderado, deportista, bailarina, que me iba a dar nietos o sacar canas verdes de golpe se transforma en un gran signo de pregunta. ¿Qué le va a pasar? ¿va a poder estudiar? ¿va a tener pareja? ¿Quién lo va a cuidar cuando yo ya no esté?

Lamentablemente salvo que mute en la Dra. Rimolo (sic se me caen las sotas) no puedo hacer futurología y no me lo permito. Ni yo ni nadie podemos robarle la esperanza de lo infinitamente posible en nombre de ninguna ciencia. Es cruel, poco ético y soberbio.

Estamos frente al desconcierto. Si no lo leyó aún, le recomiendo que lea mi columna anterior en la que hablo de lo tremendo que esto es para el cerebro.

En las consultas de devolución, cuando uno como médico tiene que empezar a entender y traducir que es lo que pasa con este niño o niña surgen respuestas muy variadas. Angustia, enojo, negación, agresividad o alivio. Somos seres complejos, conviviendo con seres complejos atravesando situaciones complejas. El dolor de un hijo es sin lugar a dudas de las más difíciles.

Trato de decirles a mis pacientes que cuando llegan al consultorio y yo les cuento un poco qué es lo que pasa con sus hijos, no hay una mágica mutación en donde el niño cambia una vez que yo pronuncio la palabra diagnóstica. El niño que entró a mi consultorio es el niño que sale. Espero que sea con más posibilidades.

A veces les plantéo qué pasaría si les diera la chance de poder convertir a su hijo en un niño standard, pero ya sin su voz, sin su olor, sin su sonrisa.

¿Lo aceptarían a cambio? TODOS contestan que no. Porque en el fondo nuestros hijos siguen siendo siempre reyes y reinas en nuestro interior. Seres perfectos que nos conmueven con solo respirar mientras duermen. Esto no quita que sea dificilísimo , no romanticemos la discapacidad.

Los padres de niños neuroatipicos desean con todo el corazón que sus hijos, en vez de pasar horas en la fono pudieran estar en un parque, tampoco disfrutan yendo a mil reuniones en el colegio, les duelen los pinchazos, los médicos y estudios pero más duele LA MIRADA CRUEL DEL MUNDO QUE NOS ATRAVIESA.

Amamos al niño que vemos, a veces solo aprendemos a acompañar al niño que es, aunque no podamos verlo, aunque nos esforcemos en entenderlo.

La adolescencia pone todo más difícil, pero podemos no comprender a nuestros hijos, podemos negar su realidad, podemos enojarnos con el universo, pero no podemos dejar de amarlos.

Porque detrás del dolor, detrás de la discapacidad, detrás de los diagnósticos se asoma la razón de nuestras vidas, carne de nuestra carne, latiendo en un mismo corazón. Por eso ojalá podamos ver a nuestros hijos como son y si no podemos que aprendamos a transcurrir con respeto su historia, que puede no ser la que soñamos para ellos, pero no menos valiosa.

Ojalá los padres podamos ser cauce amoroso, como el del río, aceptando los golpes para disminuirles el daño, tratando de mostrarles un camino y transformándonos con ellos para descubrir uno nuevo, pero sin dejar de protegerlos aun ante la corriente más impetuosa.

Pero ojalá sobre todo entendamos que si en este momento histórico la vida nos situó a la par es porque somos el mejor complemento, aun falibles e imperfectos, porque tenemos mucho para aprender ambos y porque nada suplanta JAMÁS el amor ni la incondicionalidad de los seres que eligen criar.

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