Piezas de alegría me reconocían
Por la peatonal ya puedo sonreír
Y después decir; no me importa, no me importa, no me importa.
{Rosario Bléfari}
En ese orden sin repetir y sin soplar. Reír llorando. Llorar de la risa. Reír y llorar. La risa desdibuja los márgenes de lo doloroso cuando aún se puede reír incluso de circunstancias angustiantes.
No reírse de cualquier cosa. Sino la risa que descomprime cuando lo que viene parece un tsunami pero una ironía, un desliz, pueden aportar un sinsentido que de un volatanzo al drama y evitar entrar en el modo tragedia.
Hay desgracias que a veces coinciden con las alegrías. Y celebraciones que a veces coinciden con tristezas. La vida no sabe de puntería o quizás si, a veces parece a propósito.
Quienes encaran un proyecto con felicidad y en el camino se topan con sinsabores, desencantos y hasta algunos imposibles. Lxs que se van en un momento poco oportuno (bueno, como si para la muerte cabría momento o posibilidad de estar preparados, no?). Lxs que crecen y se agrandan, cuando otrxs se pierden o se achican. Los golpes de suerte que coinciden con el infortunio.
Alguien se tropieza, se resbala, y se cae. La carcajada es casi inmediata. Uno de los hechos más simples donde se ve que algo que puede ser accidentado, también puede disparar una risa que conmueva lo acaparador del drama, del culebrón, del final anunciado.
Así es que las noticias de último momento inundan con el novelón de fulana y mengana, niñas y niños en el medio y una hostilidad que ya parece inherente a las redes sociales. Casi imposible de digerir la severidad con que juzgan ciertas personas en el anonimato facilitado por el mundo virtual, hay quienes optan por el chiste.
La risa afloja, le quita peso a la tragedia. La tensión de la trama se desdramatiza con la espontaneidad de un comentario que logra sacudir la gravedad de la situación.
Mientras sucede el berenjenal televisivo del momento, si alejamos la lupa, la situación sigue jodida. Los aires de pospandemia prometen volver a ser felices pero recuperar la tranquilidad y la plata en el bolsillo no sabe de chimentos y culebrones. Sin embargo, ahí estamos en los barrios, atrás del vidrio del bar, relojeando la revista colgada en el puestito de la esquina o embobados en el celular, intrigados por los pormenores y detalles de la novela.
Quizás necesitábamos un pequeño alivio, pequeño pero inminente, que nos saque un par de risas. Poder reír de lo conflictivo y disparatado que pueden ser lo vínculos y las familias cuando pareciera que “no les falta nada”. Quizás algo de fascinación por ver corrompido un escenario familiar de lujo, fama, azúcar, flores y muchos colores con una incomodidad que hace estallar los bordes de la moralidad, las tristezas y las fantasías. Así que mientras se pueda, por qué no reír un poco.