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Skay y Los Fakires: el corazón de Patricio Rey latió fuerte en Quilmes

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Skay Beilinson, junto a su grupo Los Fakires, revalidó el domingo a la noche sus credenciales como “el corazón de Patricio […]

Skay Beilinson, junto a su grupo Los Fakires, revalidó el domingo a la noche sus credenciales como “el corazón de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota” en el vibrante concierto ofrecido en el playón contiguo al Estadio Centenario de Quilmes, aunque no necesitó para ello apelar a un repertorio que transitara por los clásicos de la popular banda que encabezó junto al Indio Solari.

En tal sentido, el genial guitarrista, compositor y cantante solo necesitó echar mano a su vasto repertorio solista y apenas revisitar alguna vieja gema de su antigua banda para conquistar a un fiel público que mantuvo una intensidad acorde a la propuesta artística.

Poco les importó a sus seguidores la excesiva demora de una hora y media en el inicio del show, ni la larga espera en las afueras del recinto hasta la apertura de puertas –aparentemente por alguna contingencia en el sonido que debió ser solucionada a último momento-, para entregarse de lleno al éxtasis colectivo.

Pues tanto mientras esperaban su ingreso, que se matizó -y a la vez sirvió de aperitivo- con las interpretaciones en la prueba de sonido que llegaban desde el interior del lugar; como mientras aguardaban el inicio del concierto, los fans pusieron en marcha su ritual de cánticos, entre los que se destacó aquel que consagra a Skay como “el corazón de Patricio Rey”.

No defraudó el protagonista de la noche cuando finalmente hizo su ingreso y puso en marcha su arsenal sonoro con “El Golem de La Paternal”, uno de sus grandes clásicos.

A lo largo de casi una hora y media de concierto –paradójicamente lo mismo que hubo que esperar para el inicio- Skay hizo gala de sus efectivos y vibrantes riffs, y de su histriónico estilo al cantar, apoyado en una sólida banda, caracterizada por la monolítica base erigida por el bajista Claudio Quartero y el baterista Leandro Sánchez, y el confiable soporte del guitarrista Joaquín Rosson.

Casi sin respiro, el artista que pocos días atrás cumplió 70 años desplegó un primer set de nueve canciones, entre las que se fueron sucediendo “El ojo testigo”, “Ya lo sabés”, “Aplausos en el cosmos”, “Plumas de cóndor al viento”, “El redentor secreto”, “Chico bomba”, “Palomas y escaleras” –una de las tantas canciones lanzadas en plena pandemia-, para cerrar con la celebrada “Ji ji ji”, única revisita en este pasaje a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

Tras un breve receso de no más de diez minutos, la banda regresó para una segunda tanda que siguió alternando clásicos de su etapa solista, algunas otras novedades como el caso de “Corre, Corre, Corre”, y apenas alguna parada del pasado ricotero con “Criminal mambo”.

“Aves migratorias”, “Falenas en celo”, “Lejos de casa”, “El fantasma del 5º piso”, “Flores secas” y “El sueño del jinete”, fueron algunos de los temas que conformaron este segundo bloque.

Para los bises quedaron “Síndrome del trapecista”, la archicoreada “Oda a la sin nombre” y “Suelo chamán”.

De esta manera, el exRedondos brindó su tercer concierto tras el parate obligado por la pandemia de coronavirus, luego de su presentación en el Cosquín 2020; y antes de regresar el próximo fin de semana al famoso festival que se realiza en las sierras cordobesas.

Sin embargo, tal vez haya sido el gran reencuentro con sus habituales seguidores, si se tiene en cuenta que su regreso se había producido en noviembre pasado en el acaso más exclusivo Movistar Arena y su otra escala había sido en la Sociedad Rural de Trelew.

Aunque el flyer promocional anunciaba de manera confusa que el show se llevaría a cabo en el Estadio Centenario, no fue la cancha de Quilmes el escenario del concierto, sino un playón de césped con capacidad para unas cinco mil personas.

Probablemente, este espacio, sumado al barro acumulado por las lluvias caídas en las horas previas, conformaron un marco más acorde a la épica que rodea a los fans del exRedondos, aquella que también forma parte del combo que corona a Skay como el corazón de Patricio Rey.

En tanto, el guitarrista de aspecto zen, que se convierte en un torbellino de rock arriba del escenario, sigue adelante con un camino artístico que solo mira atrás en el plano sonoro pero que busca seguir construyendo nuevos senderos a través de permanentes creaciones. Sin dudas, la actitud más coherente que pueda existir respecto al gran legado dejado por la mítica banda.

Fuente: Télam.

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