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Tango empilchado

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¿Qué pasa ahora con el lunfardo y andar vestido de clase o hecho una piltrafa? ¿Qué tan incorporada tenemos la […]

¿Qué pasa ahora con el lunfardo y andar vestido de clase o hecho una piltrafa?

¿Qué tan incorporada tenemos la jerga a la hora de tirarnos el ropero encima o vestirnos de laburantes y ponernos cualquier trapo harapiento?

Tamangos, polainas, brillantina en el pelo, y lo que haga falta para ir de punta en blanco a milonguear o algo sencillito para ir a buscar el pan.

En el caso del chabón, una buena lamida en el bocho, con nada más y nada menos que Gomina Brancato, un fijador muy popular de la segunda década de 1900. El nombre, por supuesto, implicaba un diminutivo de goma, pegamento, ya que se fijaba tanto en el pelo que formaba una superficie casi compacta. Aunque don Manuel Romero, en Tiempos Viejos, no estaba tan de acuerdo:

“¡Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos! Eran otros hombres, más hombres los nuestros, No se conocían coca, ni morfina, Los muchachos de antes no usaban gomina.”

Tan brilloso ese peinado como los zarzos de una pitusa fetén, un aro o colgante, proveniente del español zarcillo, y también cercillo, del latín circus, que significa círculo.

“En tu baraje gringo, ciudad mía,
vas perdiendo tus zarzos y tu brillo
tu malevaje está en la taquería
y apolilla en orsay tu conventillo.” (Edmundo Rivero, A Buenos Aires)

Y si era una pebeta humilde, seguro que su percha manyaba el percal. Una tela popular en la gente pobre, símbolo de sencillez, pureza, que representaba a la mujer de barrio, y así de popular, también discriminada por las grandes señoras de seda y petit-gris, que tomaban a estas pilchas de algodón como lo más ofensivo y descalificatorio. “¿Cómo iba a detenerme a conversar con una mujer que viste de percal?”

Y si no hay vestido seguro hay pollera, que hoy entendemos como falda, aunque antiguamente esa palabra designaba a la mujer criadora de pollos, también al cesto para criarlos o guardarlos. Fuera de estos conceptos, se aplica al armazón de mimbre acampanado, en donde se coloca a los niños para que aprendan a caminar (hoy conocido como andador). En todos los casos, se entiende que corresponde a algo estrecho arriba y ancho abajo.

“Abajate la pollera por donde nace el tobillo, Dejate crecer el pelo y un buen rodete lucí.” (Celedonio Flores, Atenti Pebeta)

Si no era pollerudo, seguro era un boncha con los lompa bien puestos (o talompa, vesre de pantalón). Los había a la francesa, de piernas muy anchas a la altura de la rodilla y angostas más abajo, muy de compadritos y cafishios, o bombilla, apretado en las piernas y ajustado al tobillo, de niño bien, más cajetilla aún si andaban combinados con charoles, un cuero bien lustrado con un barniz muy adherente, lustroso y duradero. “Ay Charol, Pobre negro Charol” cantaba Alberto Castillo…

“Te vi serio, diquero, con gran pinta de trompa, atracando tu bote, pavada ‘e checonato. Y yo, que te rejuno profundo hace rato, recordé cuando usabas remendao el talompa.” (Joaquín Gómez Bas, La cardíaca)

Y para seguir pitucas y facheros, en una temporada de frío, nada mejor que unas polainas y un lindo invernizzio, denominación que Yacaré le dio en el lunfardo al sobretodo o tapado de gala. Para completar estos atuendos bien paquetes, podía recurrirse a un buen funyi, sombrero, por su comparación con hongo, seta, del jergal italiano fungo, idioma del que tanto hemos tomado.

“Yo me eché el funye a los ojos,
Y rajé a lo de Etelvina,
Y con ella, en la cocina,
Nos pusimos a matear” (Eduardo Romano, Breviario de poesía lunfarda)

Por último, para ir despidiéndome, una gran frase de un tremendo tango, con una palabra que sabe de andar, yirar y yirar. Hablo de esos tamangos, provenientes del portugués tamanco, un zueco o zapato ordinario con base de madera. J. A. Wilde, hablando de la esclavitud en nuestro país en uno de sus libros, menciona que los negros tenían estos tamangos, que eran una suerte de ojotas hecha de suela o cuero, envuelto previamente el pie en trapos. En el lunfardo se atribuye a un zapato deformado y en mal estado.

“Cuando rajés los tamangos,
Buscando ese mango,
que te haga morfar,
la indiferencia del mundo,
que es sordo y es mudo,
también sentirás” (Enrique Santos Discépolo, Yira…yira)

Como conclusión, con respecto a esto de la pilcha… nos queda que la ropa de laburante es la gastada, sucia y de telas de menor calidad. En estas épocas es algo bastante simbólico que traduce el sacrificio y juntar unos mangos, en andar deshilachado. Y por supuesto, la lentejuela y la brillantina, para ir a florearse en la milonga, acompañado de una pastilla de menta y bastante agua florida.

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